Luego de su ruptura con el cantonismo, el poeta huaqueño Eusebio de Jesús Dojorti manifestó su encendida defensa del criollo, idea que lo acompañó en toda su obra. En otro aniversario de su natalicio, una breve reseña de ese pensamiento.
El hecho aparece, a la luz del transcurso de los años, como paradójico. Eusebio de Jesús Dojorti, Buenaventura Luna, tuvo ascendencia británica y, sin embargo, su existencia como hacedor ferviente e incansable por la cultura argentina quedó marcada para siempre. Su labor en pos de la defensa y reivindicación del gaucho pobre y de los criollos cuyanos relegados, ajenos a las repartijas impuestas por las elites de Buenos Aires y de las capitales del país estaban firmes en un pensamiento, su pensamiento, que supo dejar eternizado.
En el libro “Buenaventura Luna y la cultura popular” (Hebe A. de Gargiulo – José Casas compiladores, 2006), el investigador y docente de la UNSJ, Guillermo Collado, detalla en el capítulo “Linaje de Buenaventura Luna: Del Dougherty invasor al Dojorti invadido”, que el Poeta huaqueño es un “tercer Eusebio Dojorti en línea descendiente”. Como narra Collado, el primer Eusebio Dojorti fue hijo del matrimonio John Dougherty (un irlandés prisionero que había sido parte de los británicos que invadieron Buenos Aires en 1806) y María Mercedes Cabot, hermana del comandante Cabot del Ejército de los Andes. Ese primer Dojorti, ya con apellido castellanizado, se casó con la sanjuanina Josefa Maso. De ese matrimonio nació el segundo Eusebio Dojorti, quien fue subdelegado de Gobierno en Jáchal y se casó con Josefa Delfina Suárez Tello. De esta unión nació Ricardo Dojorti, quien junto con Urbelina Roco dieron vida a Eusebio de Jesús, Buenaventura Luna. El alumbramiento fue el 19 de enero de 1906, en Huaco. “Paradójicamente un descendiente directo de invasor inglés terminó siendo quizás el más representativo exponente de nuestro folklore regional”, expresa el profesor Guillermo Collado.
Antes de ser ese “representativo exponente”, el autor de las Sentencias del Tata Viejo tuvo una vibrante vida política y, también, una escala en el periodismo. En el libro arriba citado, la fallecida periodista y docente de la UNSJ, María del Carmen Reverendo, habla del “Dojorti Periodista”. En ese capítulo relata algunos episodios relacionados con el secuestro de Buenaventura Luna el 14 de mayo de 1932. “Ese periodista joven, fogoso, que dirigió La Montaña una vez y fue clausurada y luego quiso sacarla por segunda vez con un desborde de publicidad, que hasta el más pintado se daría cuenta de que iba a enardecer al gobierno”, dice la profesora Reverendo. La Montaña fue el periódico que intentó Buenaventura Luna. El gobierno bajo el que Eusebio de Jesús Dojorti y otros trabajadores fueron secuestrados fue el de Federico Cantoni. Para ese gobierno, sin embargo, Buenaventura Luna había trabajado.
En “El Gaucho indómito. De Martín Fierro a Perón, el emblema imposible de una nación desgarrada” (2019), el historiador investigador del CONICET Ezequiel Adamovsky comenta sobre la situación social y económica en San Juan antes de la llegada del cantonismo. Hubo un régimen nacional que favoreció a las elites bodegueras en la provincia y que aumentó la concentración de la tierra y la pobreza. Hubo también una gran polarización social. En ese escenario, con la Ley Sáenz Peña de voto universal y secreto de 1912, el dominio político de los poderosos integrantes de oligarquía se sacudió. “En San Juan, fue una facción díscola de la UCR la que los desbancó. Dirigida por los hermanos Aldo y Federico Cantoni, la UCR Bloquista conseguiría hacerse con la gobernación en tres oportunidades, lo que le permitió introducir las reformas sociales más avanzadas en todo el país, desde el salario mínimo y el reconocimiento de los sindicatos hasta el voto femenino”, escribe Adamovsky.
Contra los doctores urbanos
Buenaventura Luna fue secretario del gobernador Federico Cantoni en el primer gobierno. Luego se produjo esa ruptura. Más tarde, hacia 1933, Dojorti intentó fundar su partido propio, Unión Regional Intransigente. A raíz de esa intención de crearlo, escribió un extenso manifiesto en que plasma gran parte del cuerpo de sus ideas. Allí denuncia el descuido y maltrato que venía sufriendo el pueblo criollo desde tiempos de la organización nacional. E. Adamovsky rescata que Buenaventura Luna “no sentía ninguna simpatía por los caudillos, menos aún por Juan Manuel de Rosas, cuya ‘feroz tiranía’ sepultó la posibilidad de un desarrollo más conforme al sentimiento ‘criollo nacionalista’ que animó el surgimiento de la República. Pero carga de cualquier modo las tintas contra los ‘doctores’ urbanos que, pudiendo haber mirado con cariño hacia el interior del país que reclamaba sus luces, se dedicaron a obedecer ‘las sugestiones que les venían de Europa’”. Adamovsky sigue citando el pensamiento de Luna: “En vez de desarrollar ‘las grandes posibilidades de progreso, de civilización y de cultura’ que el pueblo había demostrado en su lucha por la independencia, ‘acordaron suplantarlo con el apresurado trasplante de poblaciones extranjeras’”.
El historiador subraya que Dojorti aclara que "lo suyo no era xenofobia y reconocía 'el valioso aporte de los inmigrantes a la vida nacional'. Deplora, en cambio, la ‘voracidad comercial’ de los ‘nuevos ricos’, que se aprovechan de la ‘humildad’ e ‘hidalguía’ del ‘criollo nativo’, convirtiéndolo en el ‘eterno explotado’”. Adamovsky consigna que ese manifiesto luego convoca a “dignificar al criollo”.
Señala el investigador que lo que Luna reprochaba a la elite de la organización nacional no era haber tenido un proyecto civilizador, "sino su 'apresuramiento de aparecer leídos a los ojos de Europa'. Ese apresuramiento desató un 'impulso destructor del nativo'".
“Las ideas básicas que Dojorti expresó en ese momento son las que lo acompañarán el resto de su vida”, marca el autor de “El gaucho indómito”.
Imagen de portada: SI San Juan